Sunday, February 12, 2006

Heidegger, la Técnica y los Campos de concentración

Hace años -cuando aún podía hacer algo parecido a la crítica periodística, con criterios propios- se publicaron tres textos inéditos de Heidegger que me parecieron, y siguen pareciendo, textos capitales: ya que se trata de reflexiones sobre la Técnica y los Campos de concentración.

Uno de esos textos acaba de ser traducido al francés por Philippe Arjakovsky y Hadrien France-Lanord, con diez años de retraso, “La dévastation et l’attente” (Ed. Gallimard, col. L’Infini), con unas notas y prólogo que son dos lecciones magistrales de exégesis heideggeriana y filología germánica.

Mucho más modesto, mi texto (escrito el 22 de diciembre de 1995, a las 14.06.53) se publicó con el título “Heidegger y los Reyes Mayos”, con el que intentaba dar una “percha” navideña a un tema que mis colegas hubieran considerado “poco periodístico”.

Rescato con cierta emoción ese breve texto, que ahora deseo titular:


HEIDEGGER, LA TÉCNICA Y LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN


Se acaban de publicar tres textos inéditos de Heidegger de una importancia evidentemente excepcional, porque plantean el problema de la Técnica y la Libertad para el futuro de nuestra civilización.

Los “Feldweg-Gespräche” (Volumen 77 de la Gesamtausgabe, en curso de publicación, Vittorio Klostermann, Frankfurt am Main, 1995) fueron escritos al filo del fin de la Segunda Guerra mundial, en 1.945, y tienen, al mismo tiempo, una importancia meramente profesoral, porque, por primera y única vez, Heidegger comenta “en caliente”, de la manera más elíptica, la actualidad más dramática de nuestra historia contemporánea, el Desembarco, el fin de la guerra, la liberación de los campos de concentración, recurriendo a un modelo retórico igualmente inédito, en su vasta obra, el diálogo socrático más puro.

La tercera de esas conservaciones, entre un Joven y un Viejo, transcurre en un campo de concentración, en Rusia, en 1.945... Por sí sola, esa escena ya forma parte de la historia de las ideas. El curioso lector no encontrará, allí, ni en ningún otro rincón de esos diálogos, anécdotas o referencias a la “actualidad” más inmediata. Heidegger instala el va y ven de sus diálogos en la tierra de nadie de la reflexión pura, adentrándose, sin embargo, por la tierra baldía de los campos de ruinas de la guerra, la desolación y el olvido.

Instalando en un campo de concentración, en la estepa rusa, el más atormentado y visionario de esos encuentros entre figuras de la imaginación, Heidegger nos da la única pista esencial: creemos que estamos asistiendo al nacimiento atormentado de un mundo nuevo, cuando asistimos, horrorizados, al descubrimiento de las cenizas de los hornos crematorios; pero, en verdad ¿no estamos corriendo el riesgo de asistir, al mismo tiempo, a un vasto proceso de destrucción de la cultura, víctima del poder tentacular y fáustico de una técnica con vocación planetaria?...

Pregunta sin respuesta, para nosotros, que el mismo Heidegger y Jünger han planteado en numerosas ocasiones. Replanteada en un campo de concentración, entre dos vìctimas que se niegan a callar, dos víctimas que no han renunciado a la palabra, nunca (muy al contrario de lo que ocurre con los héroes de Beckett, convertidos en insectos o libélulas que han comenzado a perder el habla y la razón), esa misma interrogante habla de una razón insumisa, una conciencia de la muerte que pudiera convertirse, como dudarlo, en esperanza de redención.

Todo está perdido. Sería vano y ocioso pensar en la huida. La realidad del campo de concentración ha tomado proporciones planetarias. La realidad de la desertización de las tierras vírgenes, la realidad de la deforestación, la realidad de la polución de los océanos y el tímido inicio de la colonización del cosmos dejan poco margen de duda para la evidencia: la Técnica impone su ley, inexorable, a los hombres, las bestias, la naturaleza, la Creación toda.

Sin embargo, la posibilidad misma de continuar hablando, abandonados y sin salvación, en un campo de concentración, parece sugerir Heidegger, habla de algo tan misterioso como el retorno de los Reyes Magos a través del desierto, guiados por una Estrella que está escondida en los confines de la morada última donde viven las palabras.

Rilke se interrogó, en muchas ocasiones, en Ronda, en Paris, en Muzot, por ese espacio inmaterial donde florecen las palabras, que está en nosotros, sin que nosotros sepamos donde, y habla por nosotros cuando nosotros hemos perdido la palabra.

Rilke acabó soñando la reinvención de la Creación, a través de la palabra de Orfeo, que es capaz de bajar al infierno para intentar rescatar a Eurídice. Filólogo eminente, Heidegger no desea envolver el enigma con el velo de un mito. Heidegger sueña con el reencuentro de la palabra con el pan y la tierra de los hombres; en su caso, a la orilla del Rhin, a la espera de algo sagrado que debiera volver para encontrar cobijo en Alemania y la lengua alemana, la patria recuperada de una nueva e imprevisible Grecia. Ese es el Heidegger que intenta devolver la esperanza a su pueblo, releyendo dos poemas célebres de Hölderlin. El Heidegger que abandona a sus héroes en un campo de concentración habla de una realidad histórica mucho más angustiosa y feroz: el hombre, perdido, en el desierto esquilmado por los hombres, contempla la oscuridad nocturna del cielo, esperando, en vano, la aparición de una estrella.

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