Saturday, November 26, 2005

Nicolas Baverez sobre la crisis nacional de Francia y los riesgos de "guerra civil étnica"

Diálogo con Nicolas Baverez, en Le Rostand, la mañana del 14 de noviembre 2005, entre las 9 y las 10.15 de la mañana, para hablar de la fragmentación cultural de Francia y el fantasma de una “guerra civil étnica” en los suburbios y guetos urbano.
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----¿Qué fue primero, la crisis cultural o la crisis política?

----Como en toda crisis nacional mayor, las dificultades que hoy atraviesa Francia tienen muchas dimensiones sociales, políticas y económicas; pero, efectivamente, en su origen último se trata de una crisis intelectual y moral.

----¿Cuáles son los principales rasgos de esa crisis?

----En su primera y única intervención personal, el presidente Chirac solo aportó un elemento nuevo: reconocer que Francia vive una profunda crisis de identidad moral. Chirac solo olvidó un pequeños detalle: reconocer que él mismo es uno los grandes responsables. Dicho esto, es una evidencia que Francia vive una crisis profunda de su modelo social y cultural. Tomando el camino inverso del resto de los países europeos, Francia ha rechazado adaptarse a la mundialización, al fin de la guerra fría, a la revolución tecnológica en curso. Francia continúa anclada en los modelos de economía más o menos autárquica de los años sesenta y primeros setenta, aislada del resto de Europa y del mundo. Tras las grandes huelgas del invierno de 1995, tras la debacle moral del 2002, tras el rechazo nacional al proyecto de Tratado constitucional europeo, tras la crisis de los suburbios, queda al descubierto la necesidad urgente de re fundar el compromiso social de toda la sociedad francesa, ya que nos encontramos ante el trágico paisaje de una nación dividida, fragmentada. De ahí que la crisis política sea, en efecto, en su origen último, una crisis cultural: debemos inventar un nuevo contrato social para la Francia del siglo XXI.

----¿Cuál es el origen último de la fragmentación de la sociedad francesa?

----El referéndum sobre Europa, que se saldó, si recuerda, con el rechazo popular del proyecto de Tratado constitución, demostró el doble divorcio de Francia hacia Europa y hacia el mundo moderno. La crisis de los suburbios pone de manifiesto la fragmentación profunda de la nación francesa.

----¿Le importa ahondar en ese proceso saturnal?

----En términos históricos, Francia ha perdido el carro de un ciclo que comenzó hace un cuarto de siglo largo. En 1981, François Mitterrand fue elegido presidente con un programa que proyectaba consumar una ruptura con el capitalismo. Desde aquellos años, Francia se instaló durablemente en una “burbuja” demagógica cuyo fermento cultural es un anti liberalismo congénito. En términos prácticos, tal arcaísmo se traduce por la incomprensión de la realidad nacional e internacional. No olvide usted que en 1989 y 1990 se consumó la gran revolución a favor de la libertad del siglo XX: la caída del Imperio soviético. Por aquellos años, la diplomacia nacional de François Mitterrand miraba con mucha reserva la revolución de la libertad que se estaba consumando ante nuestros ojos. En esa misma línea, Francia es el único país de Europa que no ha celebrado como un gran acontecimiento la ampliación de la Unión Europea (UE). Bien al contrario, Francia percibía esa ampliación como una muy mala noticia para sus intereses, cuando el resto de Europa ha celebrado un gran acontecimiento, una gran esperanza para la libertad en el continente europeo. El segundo divorcio es el de la incomprensión nacional hacia la mundialización y la economía de mercado. Ese arcaísmo cultural de fondo ha precipitado a Francia en movimientos de rechazo y aislamiento proteccionista, incapaz de consumar las reformas imprescindibles para integrarse en la nueva realidad internacional. Con tales antecedentes, Francia ha precipitado ella sola el doble fracaso de su diplomacia y el fracaso de su modelo económico y social. Ahora nos encontramos ante una alternativa. Bien Francia continúa hundiéndose por esa vía de inmovilismo, fascinada por los modelos burocráticos, proteccionistas, maltusianos, socializantes, de un pseudo patriotismo económico, incompatibles con el gran mercado europeo y mundial. O bien Francia acepta, al fin, las reformas pendientes; como ya hizo España, tras la muerte de Franco, como hizo Inglaterra, como lo hizo Suecia, como comenzó a hacerlo el canciller Schröder en Alemania. No cabe descartar, de ninguna manera, que las fuerzas del inmovilismo sean las que terminen ganando.

----Y ¿cómo explica ese abismo histórico el proceso de la fragmentación social?

----De manera muy simple: el aislamiento, el inmovilismo, han creado bolsas de pobreza, bolsas de desesperación social, que, en muchos casos, se han convertido en bolsas de aislamiento étnico, enfrentando a franceses de distinta condición, distinta raza, con unas consecuencias nihilistas totalmente devastadoras.

----Usted ha llegado a denunciar el riesgo de “guerra civil”, ¿le importaría explicar ese concepto, que, visto desde España, suena pasablemente apocalíptico?

----Del rechazo nacional del proyecto de Tratado constitucional europeo a la crisis de los suburbios ha quedado al descubierto la tragedia histórica de la fragmentación de la antigua nación francesa. No hay riesgos de religión. Sin embargo, hay fisuras sociales crecientes, abismales, raciales, étnicas, generacionales, incluso corporativas. Hay oposiciones cada vez más dramáticas entre el campo y la ciudad, entre los barrios ricos y los barrios pobres de las ciudades. En Francia hay, no lo olvide, 750 guetos oficialmente repertoriados. Hay oposición abismal entre los intereses del sector público y los intereses de los trabajadores del sector privado. Hay oposición entre jubilados, grandes beneficiarios del Estado providencia, en bancarrota, y las jóvenes generaciones condenadas al paro, el empleo precario y la vida el guetos étnicos o sociales. A esa fragmentación social cada día más grave es necesario añadir la atomización de una sociedad que lleva veintitantos años sufriendo un paro masivo, un subempleo evidente, una falta de perspectivas muy angustiosa, y un individualismo radical. En un país dependiente del Estado, durante siglos, la crisis del Estado, endeudado, paralizado, inmóvil, incapaz de dar soluciones, en crisis global, se transforma en ataques de nihilismo y angustia social. Las familias están fragmentadas. El egoismo individualista tampoco aporta soluciones. La irresponsabilidad, incapacidad y crisis del Estado se viven como un infierno insondable. Con lo cual, el cuerpo social de la nación se desgarra, víctima de los enfrentamientos entre clientelas electorales de muy diversa obediencia, de un egoísmo fratricida. Nadie percibe una moral o interés común: ahí crecen las semillas del nihilismo y el terror urbano.

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