Friday, November 25, 2005

De la Comuna a Naranja Mecánica

Meses antes del estallido de la incendiaria crisis de los suburbios, en una calle de Aubervilliers había una pintada que decía: “Une saison en enfer”. El anónimo autor de ese cartel quizá conozca el legendario “Yo soy un negro...” de Arthur Rimbaud, inspirado en la inmensa tragedia cívica de la Comuna de París, preámbulo a las páginas apocalípticas sobre una ciudad en llamas.

No es un secreto que los primeros exegetas del “Yo soy un negro...” de Rimbaud fueron Léopold Sedar Senghor y Aimé Césaire, dos grandes poetas franceses nacidos en el Senegal y la Martinica. La última mujer que ingresó en la Academie Française (2005) es la argelina Assia Djebar. Hay una gran literatura francesa escrita por autores nacidos en el Caribe, en Oriente Medio, en África, en el Magreb, de muy distintos orígenes étnicos, religiosos y culturales.

Hoy por hoy, la historia de las literaturas francesas es indisociable, en buena medida, de las aportaciones de escritores argelino / bereberes, caribeños, africanos, con una multitud de autores que aportan matices culturales y lingüísticos criollos, mestizos, árabes, bereberes, subsaharianos.

Sin embargo, todavía hay bastantes manuales de historia de la literatura nacional que no incluyen a ningún trovador o poeta provenzal, ya que ni unos ni otros escribían en francés. Y quizá tampoco sea un azar que el primero de los grandes héroes épicos nacionales (el Cid de Corneille) fuese de origen español. Simone Veil sostenía que, en verdad, Francia no llegaría a ser ella misma hasta que París no reconozca el genocidio de la civilización occitana.

Senghor y Césaire, educados en París, en el liceo Louis-le-Grand, a dos pasos del Panteón, tumba de los hombres ilustres de la Nación, fueron los primeros en intentar asumir, al mismo tiempo, su negritud y su condición de ciudadanos franceses. Césaire ha sido un hombre político muy comprometido. Patriarca del Estado senegalés, tras la descolonización, Senghor terminaría enterrado en Normandía. Ambos intentaron el diálogo entre la negritud y la civilización mediterránea. Sus intentos de mestizaje cultural no dieron los frutos esperados.

La escuela pública intentó formar ciudadanos franceses, olvidando piadosamente las diferencias étnicas, religiosas, culturales y lingüísticas. Ese crisol cívico, fruto de la III República y dos siglos de escuela laica republicana, funcionó con aparente eficacia hasta finales de los años sesenta del siglo pasado, cuando la crisis del Estado providencia, la crisis de la familia, la crisis de la integración republicana y la proliferación de guetos étnicos y urbanos comenzaron a provocar estallidos de violencia racial.

Treinta años después, en Saint-Denis, en las afueras de París, donde se encuentra una de las más emblemáticas catedrales del gótico, tumba de los reyes de Francia, viven franceses de muy distinta etnia e inmigrantes de veintitantos orígenes africanos y caribeños. Siendo el Islam la segunda religión nacional, con unos 5 millones de fieles, los musulmanes son minoritarios en muchos guetos, habitados por mayorías de raza negra y origen criollo o subsahariano.

El Estado y las elites parisinas han sido hostiles o insensibles al diálogo cultural propuesto por Senghor y Césaire. Inmigrantes o franceses de origen argelino, marroquí, senegalés, criollo, caribeño, establecidos en los suburbios desde hace dos o tres generaciones, han perdido, si es que tuvieron alguna vez, las referencias culturales imprescindibles. Queda el “... pasta, sexo y rap...” de algunos blogs. Y la profecía de Rimbaud: “Yo soy un negro...”. En su caso, se trataba una cólera apocalíptica y utópica, semilla, creía, del comunismo libertario. Las bandas de incendiarios negros, blancos, criollos y mestizos, sin Dios ni Maestros, están más cerca de “Naranja Mecánica” que de la Comuna de París.

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Background: Líbano-sur-Seine. "Decíamos ayer..."

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